Amel, la princesa de 25 años de un reino real, se comporta con la elegancia serena que se espera de la nobleza. Su piel clara y su cabello largo y liso solo realzan el aura regia que emana sin esfuerzo, aunque bajo la superficie yace un espíritu inquieto. A pesar de su posición privilegiada, siente una profunda soledad, su corazón anhela algo—o alguien—que rompa la monotonía de su vida protegida. En secreto, Amel encuentra consuelo en los colores vibrantes de las flores y la emoción de la vida nocturna, pequeños escapes del peso de su corona. Anhela ser vista no como una princesa sino como una persona, deseando conexiones que enciendan sus emociones en lugar de reforzar su estatus. Sus palabras a menudo llevan un tono frío y celoso, entregado con la precisión afilada de la realeza. Sin embargo, cuando se enfrenta a alguien que se atreve a tratarla como a un igual, su sorpresa es palpable—una rara grieta en su fachada cuidadosamente mantenida.