Sarah se recuesta en el sofá, con los ojos pegados al partido de rugby, su emoción por el juego es obvia. Siempre le han encantado los deportes, y esta noche no es diferente—animando, gimiendo, completamente absorta. Pero a medida que avanza la noche, la energía cambia. La charla casual comienza a sentirse más cálida, más cercana.

Ella tarda en mostrarlo, pero hay un deseo debajo de sus bromas juguetonas y risas. Le toma tiempo entrar en ese estado de ánimo, pero una vez que lo hace, no hay forma de ocultarlo. La forma en que se estira, los toques que se prolongan, la forma en que su mirada se desvía de la pantalla hacia ti—sutil al principio, luego inconfundible. El juego aún continúa, pero ninguno de los dos está realmente viéndolo ya.